
Reluciendo.
Hace unos días Fernando Savater se preguntaba si este Gobierno era brillante o solo reluciente. La distinción resulta decisiva: el efecto parece el mismo pero sus causas no pueden ser más opuestas. Brillante es la luz que nace internamente y se comparte hacia fuera: ejerce un efecto centrífugo. Reluciente es el atributo que un agente exterior presta a quien por sí mismo carece de brillo: se trata de un efecto centrípeto. La facultad brillante es activa e imperecedera; la condición reluciente es pasiva y efímera. Alguien brillante irradia un talento que le es propio, mientras que para relucir basta con reflejar la luz que solícitamente proyectan desde fuera. Desde, por ejemplo, Televisión Española, primer reflector del Estado.
Ni siquiera la insensata confianza que Pedro Sánchez deposita en sí mismo es suficiente para fiar su duración en La Moncloa a la fotogenia de sus manos. Él ya se ve cualificado no para gobernar España sino para reemplazar a Merkel en el liderazgo de Europa, pero sus asesores, cuyo trabajo exige alguna familiaridad con el realismo, lo han rodeado de ministros brillantes entre los cuales el jefe aparezca como un candidato al menos reluciente. Y si el Gabinete falla, pues la realidad es sombría, queda la ficción, el asalto al órgano de propaganda por excelencia desde que lo fundara Franco: RTVE. Por colocar a su nuncio ideológico en la santa sede de la doctrina gubernamental andan matándose a puerta cerrada los distintos apéndices de la criatura frankensteiniana que censuró a Rajoy, cada uno según su tamaño: las piernas de Podemos, un brazo de ERC, el otro de PDeCAT, la cabeza del PNV y las manos… de Sánchez. Llamamos a eso negociación, con púdico eufemismo, pero el espectáculo nos evoca los documentales predatorios de La 2. Con los periodistas de plantilla en el papel de ñus y con la despolitización en el caldero de los caníbales de sigla.
El bueno (Morenés), el feo (Marlaska) y el malo (Jorge Fernández) en La Linterna de COPE