La música antisanchista es pegadiza y lo inunda todo, se solapa con los silbidos de una viejuna serie de televisión para llevar hasta el último chiringo la canción del verano 2023. El antisanchismo hoy es mainstream, pero algunos -pocos- ya lo tocábamos en las remotas cuevas de 2018 como gitanos del Albaicín. Nada personal: sencillamente constatábamos que solo un cínico desorejado podía sumarse al 155 contra los promotores de la sedición en octubre y aliarse con ellos en mayo para ganar una moción y urdir una mayoría censurada por Rubalcaba y por el resto del PSOE institucional. Para saber que ocurriría lo que ha ocurrido no hacía falta ser un arúspice capitolino: encamarse con Podemos, ERC y Bildu garantiza amanecer oliendo a meado legislativo y a sudor guerracivilista, con el agravante de que el colchón lo ponen todos los españoles. A ese peculiar aroma político decidimos llamarlo sanchismo.
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Petrificar a Rubalcaba
A todo aquel que alcanza el poder de forma heterodoxa le conviene borrar el rastro de su ascenso. Porque cuando llega el tiempo de la tribulación -es la economía, estúpido-, el mero poder ya no se basta para disciplinar a los propios, que tan pronto detectan la debilidad del jefe como experimentan la tentación de abandonarlo para ganar mejor plaza en la carrera de relevos. El ejercicio del poder necesita ahí una garantía adicional de sumisión, una emoción de pertenencia que selle las grietas como la pez sobre los barcos astillados. En las tribus el chamán recurre a los mitos ancestrales, en las dictaduras sobra con el terror y en las partidocracias se atiza el patriotismo de partido. Por eso lo que vimos este fin de semana no fue un congreso político sino una ceremonia religiosa donde el líder orquesta su legitimación ante lo que ha de venir.
Entrevista a Antonio Caño
Nació en un pueblo de Jaén hace 63 años, pero su acento enriquecido en mil coberturas tiene un punto exótico. Toda una vida en ‘El País’, que dirigió entre 2014 y 2018. Hasta Sánchez. Hablamos de su libro sobre Rubalcaba, esa especie extinta que él llama «político de verdad»
El velatorio de Rubalcaba fue casi un acontecimiento popular. Pero sus últimos meses fueron amargos en lo político…
Su vida personal fue rica y feliz, pero en toda su vida política hay algo de tragedia. Hay muchas derrotas en sus apuestas. Llegó a secretario general, pero en condiciones muy difíciles. Y también fue así su final: triste. Su despedida fue muy elegante pero no le sucedieron los suyos. Los suyos sufrieron una purga. La decisión de abandonar del todo la política y recluirse en la universidad contribuyó a que fuera recordado de manera generosa entre los ciudadanos.
El viaje de Iglesias de la cal al confeti
Lloraba Pablo Iglesias porque el llanto es hoy la única forma de hacer política y porque su pasado de activista acababa de morir para siempre. Lloraba Pablo, y nadie recogía esas lágrimas que podrían curar las desigualdades de este país cuyo nombre no debe nombrarse. Este país en el que a partir de ahora las mujeres no morirán apalizadas y los gays bajarán de las grúas de las que pendían hasta hoy para amarse libremente. Los ricos transferirán sus rentas a los pobres. El llanto de Pablo fecundará los campos yermos por el odio de la derecha y sus primeros efectos fertilizantes se advertían ya en la indumentaria de Monedero, al que le ha florecido un traje con corbata.
Los cielos han sido asaltados y conviene moverse por ellos como si fuéramos ángeles habituales. No es que Vallecas quede lejos: es que en Galapagar no caben toda una vicepresidencia y cuatro ministerios. Pero conservemos la llaneza publicitaria en la histórica hora, camaradas. Mantengamos el tuteo: «Pedro, te deseo que tengas el mejor tono pero también la mayor firmeza democrática». O sea, golpeemos todo lo duro que nos deje la aritmética, pero que siga pareciendo que somos las víctimas. Leninismo de manual de resistencia.
Sobre este Pedro edificaré el PSOE
Es muy posible que el PSOE siga siendo el partido que más se parece a España, lo cual quizá no sea lo que más le conviene. Un partido atractivo no ha de parecerse a lo que un país es, sino a lo que quiere ser. Lo explicó muy bien, tirando de Galeano, el maestro de ceremonias del trigésimo noveno congreso socialista, el burgalés Luis Tudanca: «La izquierda debe moverse entre las dosis justas de utopía y las dosis justas de realismo». Vale decir: entre Podemos y el PP.
«Somos la izquierda», proclama orgulloso el nuevo lema del PSOE sanchista. Pero a continuación matiza: la izquierda de Gobierno, la responsable, la dialogante. Consolidar ese arduo equilibrio en tiempos de marejada ideológica, fijar hacia La Moncloa un rumbo sordo a los decibelios de la sirena populista. Ese grial está buscando en Ifema el partido que más años ha gobernado España desde 1977. El partido cuya defunción madrugaron muchos a la vista del fantasma de la mortandad socialdemócrata que recorre Europa. Pero el PSOE, como España, también en eso es diferente.
¿Cuánto tiempo durará el efecto luna de miel que aureola al renacido Pedro Sánchez y que los sondeos registran, preocupando a Podemos al punto de suavizar drásticamente sus modos retóricos con el PSOE? En boca de Iglesias durante la censura, Felipe ya no era el traidor de puerta giratoria embadurnado de cal viva, sino el presidente que pasará a la historia como Felipe el Modernizador. El mismo que hoy se hizo presente en el cónclave de su partido por la gélida mediación del plasma: parecía Borges conectando con un reality de supervivientes. El vídeo de Costa, con su ideal a la portuguesa, fue mucho más aplaudido que el mensaje de fidelidad socialdemócrata que mandó desde su otoño el patriarca. Sic transit, Felipe; sic transit, Aznar.