La homilía performativa de don Rouco

Acto performativo del lenguaje.

Acto performativo del lenguaje.

Y entonces el cardenal decidió añadir el sintagma de la discordia: “… y que la pueden causar”. Se refería a la guerra civil, no como concepto discutido y discutible sino como realidad producida y reproducible, y en el torpe deslizamiento semántico hacia este segundo adjetivo todo el sermón se le despeñó por la pendiente vertiginosa de la hipérbole. Y los españoles, pastoreados por el nuevo mester de clerecía que integran teletipistas astutos y tertulianos de ancha vestidura, corrieron a cumplir la infalible sentencia de Foxá: “Los españoles están condenados a ir siempre detrás de los curas, o con el cirio o con el garrote”.

Si Foxá no exageraba en un sentido literal, quizá Rouco tampoco en un sentido figurado, a jugar por las inflamadas reacciones a su polémico sintagma. ¿Hipérbole? No tan rápido, españoles. El filósofo del lenguaje John Langshaw Austin tipificó en su conocida teoría de los actos del habla una modalidad lingüística a la que llamó performativa, y a la que definió por su fascinante poder de causar aquello que nombra en el momento mismo en que lo nombra. Si un cura católico, explicaba Austin, pronuncia en las circunstancias apropiadas la frase “Yo te bautizo”, no simplemente estará pronunciando una fórmula ritual sino que estará introduciendo a una nueva oveja en el rebaño de Dios. El lenguaje performativo es por tanto la modalidad adecuada a toda liturgia, pero no solo a la religiosa sino también a la judicial –yo, Pablo Ruz, condeno al Barça a pagar tanto dinero escamoteado a la caja pública, por ejemplo–, o incluso a la afectiva: “Te perdono, Palomita, pero no me los vuelvas a poner”. Desde ese mismo instante, el Barça sería (no más que) un club condenado y Paloma una casquivana novia redimida por obra y gracia del puro lenguaje.

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2 abril, 2014 · 8:24

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