Me interesó la distinción entre torpeza y maldad que ensayó el dimisionario Mazón en la esperanza de ser recordado antes por la primera que por la segunda. Y es probable que tal plegaria sea atendida a medida que se enfríe su cadáver político, y con él los odios encendidos por su numantinismo kamikaze. Con el tiempo la gente se referirá a Carlos Mazón como aquel efímero presidente valenciano que tuvo que dimitir porque la riada mortífera de 2024 le pilló alargando el almuerzo con una periodista rubia. Nada menos, nada más.
Sales de Sevilla con las manos acalambradas de tanto aplaudir, la espalda contracturada de tanto doblarla y los ojos doloridos de tanto fijarlos en el secretario general y en su sufrida esposa. Pero a pesar de todo estás feliz, porque desde que Pedro venció al centralismo y devolvió la voz a la militancia te sientes más útil que nunca. Te han prometido que vas a ganar las elecciones autonómicas y municipales, que vas a recuperar el poder que perdiste en mayo del año pasado y te han explicado que el medio para lograrlo es la ceguera, el silencio y la hostilidad. Pedro será un zorro, pero a ti se te ha asignado la condición de erizo. Toda verdadera democracia interna reparte equitativamente las funciones: de cada cual según su capacidad. Ahora volverás a tu trinchera y cumplirás con lo que se espera de ti: frente a la conspiración de la ultraderecha, el golpismo judicial y la máquina del fango solo tienes que ovillarte y enseñar las púas.
Está previsto que suceda un milagro en el Congreso de los Diputados. Tras dos años y medio de prórrogas mezquinas, a dos meses de cumplirse el primer aniversario del alzamiento del muro, la ley que garantizará una vida digna a los enfermos con esclerosis lateral amiotrófica empezará a tramitarse gracias al dispar compromiso de PP, Junts, PSOE y Sumar. Por una vez los parlamentarios españoles -incluidos aquellos que no quieren ser españoles- se elevarán por encima de sí mismos, reventando el corsé tribal que sujeta su disciplina de voto. La política se reconciliará con la vocación de servicio, rehabilitando la dignidad del representante a ojos de sus representados. La ética derrotará a la táctica.
Quien no se declare tamamista podrá tener cabeza, pero no tiene corazón. Si analizamos la moción de censura como una herramienta parlamentaria concebida para mejorar las expectativas de poder del grupo proponente, todos debemos reconocer -los estrategas de Vox los primeros- que ya ha fracasado. No es que la aritmética la vuelva inviable: es que, aireadas las aparatosas discrepancias entre el candidato y el partido, ya tampoco es posible sostener que el espectáculo de la semana que viene incrementará la facturación electoral de Vox, cuya fuerza nace del conflicto y no del consenso. Porque esta es la clave del tamamazo: que el instrumento elegido para la censura no es un ariete. Es un bastón. Y uno usado para apoyarse al caminar, no para blandirlo en gesto de amenaza.
No sabemos cómo le llamaban las putas en la frecuente intimidad que compartían. Sabemos que era tito Berni para los amigos y diputado Fuentes Curbelo cuando tocaba votar a favor de abolir la prostitución, pero nosotros le llamaremos simplemente Juan Bernardo. Nos interesa el hombre detrás del alias. Queremos acceder a los contornos precisos de su carácter, calibrar los ricos matices de su psicología, catalogar el material inédito del que está hecho el extraordinario ejemplar humano que nos ocupa. Alguien capaz de declarar, ante el primer micrófono que le pusieron a la salida del juzgado tras pasar 48 horas en el trullo por la imputación de cinco delitos distintos: «Tengo la conciencia muy tranquila». Alguien que, obligado a dejar el acta de diputado porque sus fotos delatan a un aplicado figurante de Gomorra, todavía se despidió de sus compañeros de bancada con este mensaje: «Gracias por los buenos momentos. Me tienen en Fuerteventura para lo que necesiten. Un abrazo enorme». Y firmó como presidente de la asociación de amigos del carnaval. Un hombre así merece una etopeya rigurosa, un estudio moral muy detenido, y seguramente un anticipo jugoso por la madre de todos los libros de autoayuda.
Ningún partido ofrece una muerte hermosa igual que ninguna estrella se va bien del Real Madrid. Un astro del fútbol difícilmente asume que esté apagándose, así que no acepta la suplencia, y un partido se funda para aspirar al poder, así que no sabe gestionar la irrelevancia. El destino fue innecesariamente cruel con Cs; tanto que nació un pujante género periodístico: columnas y tertulias se petaron de forenses que apuntaban causas contradictorias del óbito naranja: el no a Sánchez en junio, el sí a Sánchez en septiembre, el narcisismo de Rivera, el absentismo de Rivera, el cálculo de Ortuzar, el cálculo de Iván Redondo, el pulgar hacia arriba del Ibex, el pulgar hacia abajo del Ibex. Esta fiebre pericial desbordó los márgenes del oficio y alcanzó a bares, metro, canchas de petanca; nadie entiende que Iker Jiménez no haya dedicado una temporada a la caída de Cs. Yo considero ya inútil buscar explicaciones. La actitud más científica exige asumir la volubilidad del votante humano, y concretamente español, como si fuera el Dios de Job: binario y caprichoso, papanatas y tradicional, capaz de transigir con delitos y de ajusticiar por errores.
El 21 de julio de 2018 escribí que Pablo Casado había sido capaz de «levantar en mes y medio un liderazgo propio». Ese mes y medio era el tiempo transcurrido entre la traumática moción que desalojó a Rajoy de La Moncloa yel arranque de un proceso de primarias sin precedentes en el PP. Apurando el cáliz de la humildad confesaré que la columna llevaba por título El parto de un líder. Los hechos han demostrado que me equivoqué con estrépito, y es justo reconocerlo en este purgatorio de vanidades que ha ideado brillantemente Leyre Iglesias para atormentar el ego del columnista y expiar antiguos pecados de opinión, desatinos atropellados bajo la rueda de la actualidad y velados piadosamente por el olvido.
El chantaje emocional es la violencia de los débiles. El fascismo de los vulnerables. Algunas relaciones sentimentales fracasan por la insufrible dominación del fuerte (que compensa así su íntima fragilidad) y otras por el chantaje constante del débil (que ejerce así su superioridad efectiva). En las relaciones políticas sucede igual. El sanchismo, precisamente por su debilidad parlamentaria, se ha especializado en el chantaje al resto de partidos. Su modus operandi siempre es el mismo: por estricta incompetencia deja que una situación llegue al límite; aprueba un decretazo para parchearla tomando a los ciudadanos como rehenes (esta vez en una gasolinera, para redondear la atmósfera mafiosa) y ofrece el trágala a la convalidación de las Cortes; abre entonces subasta de recursos públicos, prebendas asimétricas y descosidos institucionales para comprar a los afines; por último, los partidos que no han tragado son acusados de antipatriotas y antisociales: prefieren el caos con tal de desgastar al Gobierno de la Gente.