Si la agonía del marianismo quedó cifrada en el bolso sedente de Soraya, el final del sanchismo se anuncia en el bolso falso de la hija de Yolanda Díaz. El bolso se nos presenta así como el alfa y el omega de un periodo español más accesorio que sustantivo. Que una familia comunista recurra a complementos de mercadillo a mí no me parece tan mal como a su propio Gobierno, que difundió una compaña ceñuda contra los productos falsificados sin reparar en el ejercicio de autoinculpación. Porque el Gobierno de coalición progresista es en sí mismo un gigantesco bolso falso, un Luis Vuitón tendido sobre la manta de un senegalés de la Gran Vía.
¡A los molinos! 
Quizá no diga mucho de mí, pero me encantan los pasajes en que un escritor se calienta y sin atender a puntos de vista deja claro no sus preferencias sino sus abominaciones. Ayuda a entender sus llamémoslas partituras a voz normal. Un caso sobresaliente es el de Tom Wolfe que en uno de sus dibujos reconocidamente manieristas a finales de los setenta (Tom Wolfe recibe a Woody Allen – tema para una interesante obra de teatro) pasa lista a la gente que le horripila y sus adminículos: «llevan bolsos de Louis Vuitton». Yo, siendo neutral, tomo nota. También de la reiteración en La hoguera de las vanidades de los odios de Wolfe: «vulgar, aunque no tan vulgar como un Luis Vuitton»