La noticia de que las enfermedades más reputadas de nuestros reyes no se debieron a la consanguinidad habrá decepcionado a los republicanos de corazón. Pero analizados todos los encastes dinásticos desde don Pelayo hasta Felipe VI, las conclusiones de la genetista Teresa Perucho parecen irrefutables: patologías tan monárquicas como la gota o la sífilis no fueron fruto de la herencia sino de la amoralidad. Y la amoralidad está al alcance de cualquiera, mientras que debías ser un rey o un palurdo para casarte con tu prima.
¡A los molinos! 
En su libro de viajes sobre el Mediterráneo Paul Theroux cuenta que su tío, del servicio de ambulancias del ejército norteamericano durante la segunda guerra mundial, tuvo que tirar todas las muestras de sangre tomadas a los vecinos de la Provenza porque estaban contaminadas. En fin, es un placer oir ‘L’arlésienne’ por la mileava vez obviando estas cosas. Como en el caso de Nietzsche, ese apóstol de los presocráticos abrazando a un caballo de tiro cuando en el Fedro se reconoce con el juego de palabras Palamedes/Parménides la procedencia de las ideas platónicas . Luego vendría la penicilina para que brevemente nos creyéramos que todo el monte era orégano.