
No te atrevas a llamarlo generosidad. La generosidad no está al alcance de tu boca pobre, es un ideal huido de tus labios de Maquiavelo de bazar. Generosidad es un amigo al que hace tiempo que no vemos, que nos recibe en su cocina con el mandil puesto y una copa de vino. Generoso es el colega que cubre el turno de un compañero enfermo que ni siquiera le cae demasiado bien. Generosos del coraje que da vértigo son el padre que hace guardia junto a la cama de su padre y la madre inevitablemente desvelada hasta que vuelve la hija de la discoteca. Generoso a su manera incipiente y heroica es el muchacho habilidoso que en la eliminatoria del campeonato escolar se queda de portero sin que le toque, y lo es la adolescente popular que incorpora a la tímida irremediable a su círculo confidencial de pequeñas amazonas. Es generoso quien perdona una deuda modesta y quien renuncia a un ahorro laboriosamente acumulado por la necesidad súbita de un pariente no demasiado próximo. Nunca olvidamos la generosidad primera de quien compartió aquel bocata riquísimo en el patio. Y siempre recordaremos pesarosos el día aciago en que la vida nos pidió un gesto de generosidad y no reunimos la entereza suficiente para hacerlo.






