Archivo mensual: septiembre 2014

De cómo Madrid incubó el huevo nacionalista

El atril del Ritz esperando a Arcadi.

El atril del Ritz esperando a Arcadi.

El hotel Ritz, emblema del gran Madrid, acogió esta mañana un desayuno informativo del Foro Nueva Economía que sirvió a la plataforma Libres e Iguales para centrar la contestación civil a este “tránsito inquietante que va del 11 de septiembre al 9 de noviembre”, en palabras de Arcadi Espada, ponente de la mesa. El periodista catalán estuvo acompañado por Nicolás Redondo Terreros, y ambos fueron presentados por la portavoz de la plataforma, Cayetana Álvarez de Toledo, quien desenterró de nuevo una verdad sepultada por años de propaganda comprada y miopía convenida: “El nacionalismo es una ideología profundamente reaccionaria y destructiva. Nada es más antiguo que anteponer los derechos míticos del territorio a los derechos reales del individuo. La respuesta al nacionalismo será española o no será”.

A las nueve menos cuarto comenzaban a llegar los invitados. Ni un solo político en la sala –no fueran a salir en la foto– a no ser que contemos a la propia Cayetana, diputada del PP; a Redondo Terreros, afiliado pero no practicante del PSOE; o a Ana Palacio, ex ministra de Exteriores. Pero el espacio lo ocuparon puros representantes de la sociedad civil, de Boadella a Hermann Tertsch, de un Dragó cada día más joven en conjunto de blanco oriental al inevitable Rodolfo Martín Villa. Casi se diría que el sintagma sociedad civil, tan escueto en la tradición democrática española, cabía entero y solo en el salón. “A las masas encuadradas que desfilarán en Cataluña, nosotros opondremos en Madrid la palabra solitaria en un acto abierto que se celebrará ese mismo 11 de septiembre a las 19.00 de la tarde en el Círculo de Bellas Artes”, anunció Espada.

La intervención del afilado columnista hizo honor a su apellido, como se espera de él. Sin papeles se apoderó del atril y, tras agradecer las “feroces hipérboles” con que Álvarez de Toledo había elogiado su condición de crítico brillante y ciudadano “radicalmente libre”, hilvanó una razonada reprobación de la misma ciudad simbólica –Madrit– que le escuchaba. Debía uno haberlo previsto tratándose de Arcadi, pero el efecto final siempre te sorprende.

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«Vamos a por ti, Jordi»

La venganza se sirve fría.

La venganza se sirve fría.

Alguien debió de pensar: “Ya que ha de ser un otoño caliente, que lo inaugure Montoro”. Y el plan, queridos contribuyentes, ha sido un éxito sonoro: ya está montada. El curso parlamentario ha quedado abierto en canal por la retórica a dentelladas del vampírico don Cristóbal, Eliot Ness del fraude fiscal cuando quiere. Y tratándose de Jordi Pujol, ha querido. Vaya si ha querido. Toda la desganada, calculada tibieza que Rajoy exhibió durante el verano desde que el padre patrio de la Cataluña actual confesase la gran evasión ha quedado bruscamente corregida por Montoro de un modo tajante; de un modo montórico.

Ya que en España todo hay que explicarlo con fútbol, la intervención del ministro en la Comisión de Hacienda ha sido como las ruedas de prensa ígneas de un entrenador maquiavélico antes del choque inminente, en este caso la madre de todas las Diadas: “Si creía que pidiendo perdón públicamente se hacía borrón y cuenta nueva, se equivocaba de pleno. Vamos a poner los medios suficientes para ir hasta el final de este turbio asunto: hasta sus consecuencias no solo administrativas y fiscales, sino también judiciales. Mi comportamiento en este caso será el mismo que en el caso del señor Luis Bárcenas”.

¿Jordi Pujol i Soley en el trullo? No caerá esa breva. Pero la misma amenaza es la noticia. Y si me permiten, también el estilo. Habituados al pedregoso politiqués que hemos de sufrir los cronistas parlamentarios, la diatriba punzante contra la colosal hipocresía de Pujol y su familia que con énfasis y delectación leyó Cristóbal Montoro sacudió de los presentes cualquier remoloneo en el síndrome postvacacional. Oratoria caliente, derroche de adjetivos, juicios morales y la gran advertencia de fondo que Rubalcaba supo esgrimir contra los controladores aéreos: “El que le echa un pulso al Estado, lo pierde”. Ni siquiera se esforzó el ministro por disimular que a Pujol se le tienen ganas no tanto por viejo evasor como por neófito independentista:

–Ningún político sensato puede tolerar actitudes de cinismo político de los que se escudan en el nacionalismo pretendiendo lanzar pulsos políticos al Estado y lucrándose y sacando partido personal al mismo tiempo.

No solo eso, sino que sancionó lo publicado por los medios: que los Pujol ya fueron investigados entre 2000 y 2002. ¿Por qué se paró aquella investigación? ¿Por qué ni siquiera trascendió? Quien más quien menos sospecha que las andanzas andorranas de los Pujol eran conocidas y toleradas a cambio de la lealtad constitucional de CiU y su colaboración fáctica en la gobernabilidad del bipartidismo; quien más quien menos sospecha que ha sido el viraje separatista de CiU el que ha roto el pacto clandestino de la vista gorda, el que desató a los sabuesos de la UDEF –qué coño es la UDEF– y puso a funcionar el drenaje de las cloacas del Estado por donde hasta entonces se embalsaba la ciénaga. La moraleja es la siguiente: en este país se puede robar más o menos dentro del sistema, si la cosa no es muy descarada; pero robar y desafiar al tiempo la arquitectura institucional es como si un simple mortal se burla de Zeus y eso, advertían los griegos, convoca siempre una némesis implacable.

Sobre el eje de esta misma incoherencia, de este celo antifraude de nuevo cuño, giraron las críticas de la oposición. Saura (PSOE) le recordó a Montoro que dos de los cachorros de la camada Pujol Ferrusola se acogieron a la amnistía fiscal para aminorar las consecuencias de la ilegalidad, lo que probaría que la propia ley tuvo más de salvoconducto que de mina de millones aflorados para pagar sanidad y pensiones. ¿Habría sido tan duro el ministro si Pujol hubiera accedido a pasar por el aro de la Agencia Tributaria? Oigamos algunas saetas:

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Madrid bubbaloo

Esquema táctico del Madrid en Anoeta.

Esquema táctico del Madrid en Anoeta.

Los filósofos de la posmodernidad creen que vivimos en un tiempo posthistórico, el fin de todos los relatos, la ideología de la crisis de las ideologías. En un tiempo así la política se reduce a fiscalidad: a decidir cuántos tributos recabas y de quién, y cómo los inviertes. De un modo vagamente análogo, el fútbol posmoderno va girando a tiempo sin jugadas, sin carreras, sin cronología: en el fútbol contemporáneo solo empiezan a contar ya las jugadas a balón parado. Muy pronto las prórrogas se desempatarán con saques de esquina, por estimarse el penal demasiado falible.

Cuando ese estadio se alcance, el Real Madrid jugará la Copa UEFA o como la llamen ahora y se lamerá las heridas contra el Standard de Lieja y rememorará las áureas décadas en que ganaba Champions y salía en Forbes. Eso o aprender a defender los balones aéreos; y la primera es la verosímil, de momento.

Un Madrid sin Cristiano completó una primera media hora brillante en Donosti, enseñándonos a los parroquianos más dóciles que la fe puede conciliarse con la razón. El balón circulaba rápido del interior de Kroos al exterior de Modric, de Isco a Benzema, de Bale a Bale con un caño gozoso de por medio. En el minuto cinco, Ramos había introducido el balón en la red al modo en que Monedero dice que Bin Laden “introdujo” (sic) dos aviones en las Torres Gemelas. Fue un remate a un córner botado por Kroos para demostrarnos que no solo Simeone sabe godinizar el fútbol. Con la ventaja de pared, el Real acorraló a la Real en su área con circulaciones de lujo a juego con el color de la camiseta. Un Madrid bubbaloo. El chicle más codiciado de nuestra infancia, una chuche que estallaba en azúcar líquido a la primera masticación. Así fue el golazo del galés: Luka condujo por banda derecha y vio un hueco inverosímil donde aguardaba apostado Gareth; logró estirar el balón hasta allí, Bale lo pasó a su vez por entre las piernas del zaguero y por último lo recogió suavemente para ajustarlo al palo de Zubikarai. Pura golosina.

Pero ay, ese mismo chicle al cuarto de hora se volvía correoso en la boca, su elasticidad moría como la tersura en la cara de una actriz vieja y al cabo nos encontrábamos mascando un filete de posguerra sin sangre ni sensación, una masilla absurda del color de un hematoma incipiente. Soy madridista irredento y no cerraré la analogía. Pero ganas dieron de salir del bar escupiendo.

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