
La noticia de que las enfermedades más reputadas de nuestros reyes no se debieron a la consanguinidad habrá decepcionado a los republicanos de corazón. Pero analizados todos los encastes dinásticos desde don Pelayo hasta Felipe VI, las conclusiones de la genetista Teresa Perucho parecen irrefutables: patologías tan monárquicas como la gota o la sífilis no fueron fruto de la herencia sino de la amoralidad. Y la amoralidad está al alcance de cualquiera, mientras que debías ser un rey o un palurdo para casarte con tu prima.













