
Será una paradoja lo que voy a decir, pero la izquierda antiayusista se ha vuelto tan conservadora como la derecha antiayusista de Abascal, aunque ambas odiarán reconocerlo. Por las dos orillas de la ideología van rezongando al unísono por el traspaso de la propiedad del Café Gijón, o por la epidemia de restaurantes con ínfulas de acuario para ricos que someten a la tasca y al bareto, o contra el cierre de una farmacia histórica que ahora oferta bisutería china. Es culpa de este Madrid misceláneo y fluido que no negocia con la unanimidad museística de las nostalgias ochenteras. En esa añoranza rígida coinciden el humorista de Más Madrid, la charo sociata y el joven Quero de Vox, que tiene pendiente y estudios, a diferencia de todos sus compañeros, y eso lo vuelve inevitablemente llamativo como una tarántula sobre un trozo de bizcocho. Desde la razón iliberal compartida con el progre, los pisazos en Salamanca o Chamberí pagados a tocateja por un mexicano podrido de pesos irritan al portavoz de ese giro lepenista que quieren imprimirle los visionarios de Bambú a la derecha de toda la vida (tarea hercúlea que vamos a ver si no termina como el rosario de la aurora, porque quiero ver yo al cayetanado votando a favor de más intervención del Estado y menos libertad para las empresas).













