Archivo de la etiqueta: Gallardón

Aznar y los campeadores

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Los campeadores.

Hay un hastío en la paz que justifica las ansias de batalla. Hesíodo creía que los hombres se mataban entre sí cada vez que la madre Gea se sentía demasiado poblada: la guerra como dieta de enero de la Tierra. Los mitógrafos de hoy trabajan en los medios, y tras un par de años de bulimia electorera padecen ya el síndrome de abstinencia de la estabilidad, que es un coñazo. A la desesperada huronean disidencias y cuando las encuentran las miman para que ningún partido se quede sin su crisis, a cuyos minuciosos relatos contribuyen los propios políticos con el antiguo entusiasmo de Caín. Era el PP el único a salvo de titulares agónicos desde el restablecimiento de la pax mariana, cuyo blasón debería representar a un gran oso celta abrazando a todos sus opositores en un ancho regazo socialdemócrata. La fuerza constrictora de ese abrazo se mide además por el estallido de la burbuja de los politólogos, quienes con tanta regularidad como alegría nos entregaban sus irisados pronósticos. Ya no hay pactómetros ni sondeos de voto ni fraseología de campus complutense. Hay que hacer algo o moriremos de aburrimiento contando cómo cuatro partidos españoles dirimen civilizadamente sus diferencias en las instituciones y ejercitan la responsabilidad en la negociación multipartita de propuestas de ley.

De semejante infierno ha venido Aznar a rescatar a la prensa. Aznar es oro mediático: con él vivía la derecha más orgullosa y contra él fluía más libre el odio de la izquierda, pues hay que ser muy retorcido para odiar a don Mariano. Aznar funciona muy bien como supervillano y al mismo tiempo se le invoca como al Cid en Valencia: flamígero y restaurador. Que la liquidez ideológica del marianismo acabaría despertando la nostalgia del absoluto aznarista podíamos preverlo; a lo que no nos acostumbramos es a la falta de memoria del personal, empezando por la del mismo Aznar, que ya no recuerda sus cesiones al nacionalismo, sus viajes al centro y su perfecta asunción de la moral pública del felipismo, aborto incluido. Y nosotros le entendemos, porque gobernar un país grande y diverso es difícil. Pero lo cierto, atendiendo a su ejecutoria y no a su caricatura, es que el pedigrí derechista de Aznar es tan genuino como el tono azabache de su pelazo.

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13 enero, 2017 · 18:17

Silencio, se rueda drama histórico

Give me the power.

El poder desgasta… a quien no lo tiene.

Hace una semana exacta escribimos aquí que Gallardón, por el tono elegíaco de su réplica a una diputada socialista, podría encarnar en las próximas horas la paradoja del político más censurado del PP por falta de compromiso ideológico a quien acaba ajusticiando el PP por un exceso de convicciones. Que se haya cumplido lo previsible no resta un ápice de asombro a la dimisión, pues debo recordar a los lectores que vivimos en España. De modo que el cuchicheo esta mañana en los pasillos del Congreso solo podía versar sobre el verso definitivamente suelto de Génova, del Gobierno y de la política, todo en la misma rueda de prensa. La vicepresidenta, de negro reglamentario, hizo el elogio fúnebre de “Alberto” ante un bosque de micros, procurando que la daga florentina no sobresaliera del bolso. Luego, en el hemiciclo, todos miramos hacia el escaño de Gallardón por si descubríamos una sábana blanca extendida, pero allí en su sitio comparecía Morenés, peligrosamente expuesto a la vera de Soraya Sáenz de Santamaría. Por un momento nos hicimos la ilusión de que el ministro de Defensa ordenara una salva de artillería para despedir al compañero caído, pero quia.

En lugar de pólvora a Morenés le preguntaron por farlopa, en concreto por la encontrada en el Juan Sebastián Elcano, en uno de los argumentos nacionales más tentadores para la próxima entrega de Torrente. Don Pedro respondió que la cosa está sub iudice, pero lo explicó con un hilo de voz tan ininteligible y asténico, tan escasamente marcial que todos rezamos para que el ISIS no estuviera siguiendo la sesión por internet; de lo contrario desembarcarán en Perejil no bien equipen dos zodiacs con cuatro cerbatanas.

La matinal resultó anodina pero dejó un curioso caso de estrechamiento bipartidista. Antonio Hernando abrió la sesión para pronunciar un sentido discurso de estadista en el que manifestaba su apoyo al Gobierno frente a las pueriles ilegalidades del tabarrón catalán, aunque por supuesto matizando que no es posible conformarse con un no a secas –qué poco se entiende en estos tiempos aquello de Camus de que la libertad consiste en decir que no–, sino que hay que caminar hacia la reforma federal de la Constitución, signifique eso lo que signifique más allá de una frase de galleta china sobre el sillón plastificado de Risto Mejide.

–Hay que reforzar el Estado autonómico sin dejar de reconocer la singularidad de las diferentes partes. Hablemos mucho. La situación es delicada.

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Una Cataluña escocesa y otros abortos

"¿Es que nadie quiere sentarse a mi lado?"

«¿Es que nadie quiere sentarse a mi lado?»

En la semana escocesa de Cataluña se ha colado el aborto de la ley del aborto y ya para qué queremos más. Margallo y Gallardón vuelven a monopolizar el foco, solitarios y finales. En otro tiempo menos convulso no negarán que les divertía el protagonismo, pero esta mañana uno los vio cansados, más canosos, quizá arrepentidos, en todo caso hartos. Que su hartazgo no obedezca tanto al marcaje de la opinión pública como a la erosiva indiferencia con que los castiga su patrón es certeza que corresponde verificar a los correveidiles más íntimos, pero que a los cronistas parlamentarios nos parece evidente. Ah, amigos: así es don Mariano.

Al presidente le preguntaron primero por, adivinen, la naturaleza perfectamente escocesa del tabarrón catalán. Lógico. Un propio de CiU –¿dónde estará Duran? ¿Será cierto que preparando una fiesta de la almohada como despedida del Palace?– se puso de pie y le dijo a Rajoy que aprendiera de Cameron a comportarse como un unionista sensato, que da voz al pueblo oprimido, pueblo cuyas instituciones sacrosantas fueron laminadas en 1714 por el bárbaro Borbón y tal. Rajoy, adoptando un tono escasamente épico, contestó que más quisiera Escocia tener las competencias de Cataluña o País Vasco, que la ley británica sí permite el referéndum y que en todo caso este fantasma de disgregación que recorre Europa no gusta un pelo en Bruselas, que causa inestabilidad, recesión y pobreza, y que no sueñen que en agradecimiento nadie ahí afuera reconozca al próximo Kosovo europeo.

Al presidente le preguntó luego Rosa Díez, que ha recuperado contra él ese tono cafeínico que retumba en la trompa de Eustaquio como mil serpientes de cascabel pisadas en un lagar. Su tema favorito: la corrupción institucionalizada –“y yo diría que endémica”, añadió–, para cuyo combate pidió más recursos capaces de articular una Justicia rápida y eficaz. Rajoy, conciliador, respondió que es muy consciente del descrédito popular, que como toda obra humana también la Justicia es perfectible, que no se tomó Zamora en una hora, que a quien Dios se la dé San Pedro se la bendiga y que no por mucho madrugar amanece más temprano. No es literal todo, aviso. Sí le dispensó una retahíla de medidas que acreditan que el presidente del Gobierno no solo se dedica a emular el espíritu del refranero.

Pedro Sánchez tomó la palabra dispuesto a esquilarse la piel de cordero de la semana pasada. Espetó a Rajoy que su reforma fiscal es un canto a la desigualdad, que el PP gobierna para la élite, que las familias pagan cincuenta veces más impuestos que las grandes corporaciones, que a los contribuyentes este Ejecutivo les ha subido cincuenta veces los impuestos –no se puede negar la acústica del número “cincuenta” en el Parlamento– y que el Gobierno administra para sus amigos los beneficios y para la mayoría los sacrificios, que a buen seguro no bajarán de cincuenta por barba. Incluso le mentó a Bárcenas. Mereció de los suyos sonora ovación, pese a que tiene quintacolumnistas –básicamente los de la Ejecutiva de Rubalcaba– que le escamotean el elogio hasta de su proverbial apostura. Don Mariano se encendió un poco. Lo suficiente para recuperar, adivinen, la herencia recibida de Zapatero. ¿Qué se creían, que Pedro no estaba en el ajo?:

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Pasión bíblica y aborto pasionario

De entre los muchos tipos de democracia que existen, la parlamentaria no es de las que menos me gustan. Ciertamente no es tan eficaz como la democracia gamonalera, pero a cambio es más aseada y se pasa menos frío ejerciéndola. Uno ocupa su sitio en la tribuna de prensa y contempla a los diputaos, que dice Rajoy, y puede entretener el fárrago de 16 folios que ocupó su balance del Consejo Europeo decidiendo qué señoría le representa mejor.

¿Quizá Rosa Díez, cruzada de piernas en su escaño, los tacones color cereza apuntando peligrosamente a la escalera? ¿Y aquellas diputadas populares del fondo que han pasado las navidades consumidas en la impaciencia de pasear el nuevo modelito por la sede de la soberanía nacional? Desde luego no nos representa el montaraz jersey de cuello vuelto de Errekondo, como tampoco la maraña húmeda que corona el cráneo de aquella otra diputada de Esquerra. ¿Qué puede haber de monárquico en un secador? Luego pasa lo que pasa, que el hemiciclo era hoy un mar de gripe A agitado por olas de pañuelos blancos, sonoros, sacudidos violentamente por las narices congestionadas de nuestros representantes. Y uno, que arrastra un catarro reglamentario, se siente al fin perfectamente representado por los mocos de sus señorías. «¡La democracia gripada!», me señaló un ágil tuitero.

El parón navideño y la envidia del relumbrón de que ha gozado la democracia real en Burgos preparaban el desquite de los portavoces, quienes no ahorraron ni un minuto de intervención al sufrido reporterismo. Fue servido sin pausas un engrudo retórico que se extendió uniformemente desde la nueve hasta las tres. Ahí queríamos ver nosotros al llorado Leguineche. Se oyó a Rajoy insistir en que los eurolíderes reunidos en Bruselas le ven mejor color a la orina del enfermo. Se oyó a Sánchez Llibre mentar a Schumann y a continuación oponer al tabarrón catalán «la política con mayúsculas» –qué será eso de la política con mayúsculas: ¿una teocracia?– para acabar quejándose de los procedimientos de limpieza de los cuarteles. Sic.

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22 enero, 2014 · 19:50

La venganza de Rajoy se sirve fría, como el gintonic

Me ha sorprendido el tipín de Rajoy visto desde la tribuna de prensa del Congreso, de donde he estado ausente tres meses que el presidente ha aprovechado para reducir el déficit y apretarse el cinturón de cara al verano, porque contra lo que se dice yo advierto en Rajoy una coquetería sutil que se distingue del postureo más teatral de Toni Cantó. Cantó –o Cantuvo, que dice Hughes– ahorra en corbatas para transmitir desenfado por si le apunta una cámara, y Rajoy ahorra en general para evitar el enfado con que le apunta otra cámara, en concreto la del Reichstag. La legislatura de Rajoy acusa por tanto el rigor de una operación bikini perpetua, no sujeta a estacionalidad, y Rajoy ha somatizado su política hasta presentársenos descarnadito, aunque todos sabemos también que el plasma engorda.

Además de delgado, conciliador. El primer diputado opositor del orden del día le ha preguntado por qué tanto empeño en legislar sin consenso, que es lo que más molesta de las mayorías absolutas, pero va el presidente y en vez de señalarse los votos como Cristiano el muslo murmura al borde de la disculpa que está dispuesto a hablar. Lo hace con ese rumor quedo que complica la vigilia del periodista madrugador, y es que a Rajoy no le gusta el protagonismo ni cuando responde en el Parlamento y prefiere sonar de fondo como dice Jabois, quien me ha firmado su nuevo libro bajo los inspiradores disparos de Tejero que veía por primera vez. Rajoy también ha tendido la mano a Sánchez LlibreDuran no estaba, y eso siempre es un problema pues se pierde la referencia del momento apropiado para salir a fumar, que coincide normalmente con su pregunta– a cuenta de una propuesta de microcréditos para pymes y autónomos, y no satisfecho con el despliegue de cortesía realizado se ha mostrado “dispuesto a llegar a un entendimiento” con Rubalcaba para llevar a Bruselas un plan presupuestario concertado por el máximo número de partidos.

Todo este derroche rajoyesco de talante, creo yo, no es más que una fría venganza contra Aznar, abundando en la rabia con que desde las Azores debió de contemplarse la foto parisién con Felipe. El peligro que corre Rajoy si persiste en su huida hacia delante de empatía socialista es que acabe levantándole las primarias a Madina, a quien Gallardón, tras citarle en la cara a Indalecio Prieto y a Lincoln –Gallardón cualquier día rompe a hablar en latín–, ha animado a “liberarse de los prejuicios del pasado”, que es la perífrasis más elegante que he oído para aludir a Rubalcaba.

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29 mayo, 2013 · 17:17