
La sombra de un aguilucho con un yugo y unas flechas en las garras se cernía a primera hora del miércoles sobre la misma Cámara donde el franquismo agonizó pacíficamente para alumbrar la democracia. El tránsito puramente biológico del dictador careció de la épica revolucionaria que añora la izquierda necia de hoy, traicionando el patriotismo de la izquierda sabia de ayer, escarmentada de aventuras y anhelante de concordia. Pero Pedro prefiere que los españoles persigan fantasmas en vez de sumarios. Ya solo falta que algún voxero entre al trapito necrófilo para ahormarse voluntariamente a la caricatura de la que el Frankenstein lleva viviendo seis años.













