
En el principio fue Franco. Nada se explica sin él sobre la faz de esta tierra, en el solar machadiano por donde cruza errante la sombra de Caín. Ni los pantanos ni las universidades privadas ni la energía nuclear. Del urbanismo de Benidorm a las navidades en familia, todas las asechanzas que envenenan los sueños del alma progresista se remontan incesantemente a aquel alzamiento que destruyó el edén republicano. Puede que Franco muriera en la cama hace medio siglo, pero el franquismo no puede morir: no lo permitirá el antifranquismo. Hubo una izquierda efímera que prefirió definirse como hija de la democracia antes que como nieta de la guerra civil, pero esa herejía felipista fue denunciada por el zapaterismo y definitivamente condenada por el sanchismo.













