
Cuando este pobre hablador vino al mundo, Isabel Preysler ya llevaba mucho tiempo siendo Isabel Preysler. Y cuando alcancé eso que los penalistas codificaron como uso de razón, la Preysler no solo seguía siéndolo sino que había redoblado su preysleridad. Después han pasado los años, las hojas del calendario de la vida han ido alfombrando las melancólicas aceras de nuestra memoria y en el lúcido umbral de la madurez constatamos que el mundo es distinto, que las cosas han cambiado, que las personas son otras… salvo Isabel Preysler. Ella es el eje inmóvil en torno al cual giran los polos achatados de este globo cósmico donde se consumen los oscuros deseos de los hombres y las luminosas siluetas de las mujeres.













