
El justiciable más influyente de la política española recibirá hoy en el extranjero la visita del presidente de la Generalitat, que es un hombre muy amable, como los Fernández. El mullido Illa acudirá a Bruselas, se tenderá en el suelo y rogará a Carles Puigdemont que lo pise en señal de penitencia por todas las veces en que lo acusó de haber huido de la Justicia. O por aquella ocasión en que juró que no habría amnistía «ni nada de eso». O por una vida entera de militancia progresista defendiendo que deben pagar más los que más tienen. Todo esto ocurrió en el cretácico, antes de que Pedro necesitase los siete votos de Junts para aprobar cualquier cosa, incluidos los presupuestos generales, que no son cualquier cosa pero como si lo fueran: como el propio papel ya mojado de la Constitución. Empapado en el grasiento escabeche de los mejillones belgas que constituyen desde hace siete años la dieta principal de nuestro prófugo.













