
No sé si habrá sido el último mensaje de Navidad pronunciado por Felipe VI con Pedro Sánchez todavía en La Moncloa. Es probable que sí, y en caso contrario habrá sido el penúltimo. Y precisamente por esa sensación de finitud autopercibida (que se ha hecho más espesa desde la debacle extremeña), el Gobierno parece haber intervenido con mayor celo que otros años en el discurso del Rey. Cuando un presidente se siente fuerte no necesita acudir tan desesperadamente a una autoridad superior para que revitalice su propaganda. Bienvenidas fueron las alusiones a la multilateralidad, el cambio climático, el europeísmo, el problema de la vivienda. Pero echamos de menos una mención a la separación de poderes, a la regeneración, a la función del Parlamento.







