
Se abre el portón de la abadía milenaria y en el umbral se recorta la menuda figura de Dionisio. Del hábito negro emergen unas manos nerviosas en las que tintinea el manojo de llaves. Me estudia con ojos serios y de pronto sonríe.
-Sígueme, que te enseño esto. Si quieres cambiarle el agua al canario, es ahí a la derecha.






