
Había una vez un director de orquesta llamado David que vivía en San Petersburgo y no tenía trabajo. Un buen día, buscando en Google, encontró una oferta laboral que le iba como anillo al dedo. Como las manos a la masa. Como silla al culo, en una palabra. Nuestro músico en paro decidió concurrir al puesto no sin antes consultar a su hermano mayor, que de un tiempo a esta parte se había convertido en su más eficaz consejero. Concretamente desde que empezó a dirigir el partido que gobernaba en el lugar que ofertaba la plaza.







