La debacle del socialismo alemán está animando a muchos comentaristas a señalar a Pedro como último bastión de la socialdemocracia continental. Este análisis parte del lamentable error de apreciación -fundado en una perezosa inercia nominalista- de que Pedro es un socialdemócrata. En realidad el socialismo español de impronta europea desapareció hace algunos años, con la muerte de Rubalcaba y el ascenso al poder de la criatura que el finado bautizó como mayoría Frankenstein. Y la socialdemocracia española, ay, siguió muriendo en el verano de 2023, cuando Pedro incorporó a su macedonia antiPP a una fuerza xenófoba, responsable de una sedición segregacionista, llamada paradójicamente Junts. Nuestro presunto socialdemócrata está a punto de cederle al sedicioso la competencia migratoria para que pueda reservarse el derecho de admisión de ciertas razas en su territorio. Progresismo de manual, o sea. De manual de resistencia.
¡A los molinos! 
Me da cierta desazón el estado en que ha venido a parar la llamada ‘socialdemocracia’. Según bastantes era el default mode impuesto a Alemania tras la guerra del 39 por los americanos, y el caso es que funcionó bien, en alternancia con los democristianos, hasta ese hombre gordo que se tragó, hazaña memorable, el otro pedazo de Alemania que los sovieticos soltaron en el 89. Pero leyendo uno de esos tétricos panfletos de ‘Páginas Rebeldes’ uno se encuentra con el fundador de la corriente, Eduard Berstein, que aclara concisa y elegantemente cuales eran los propósitos de la socialdemocracia antes de la 1ª guerra mundial, la responsabilidad de la cual está por aclarar, como está por aclarar lo que tengan que ver sus homólogos de España (¿’socialdemocracia’ Sánchez? …….) con una corriente que, al menos en sus orígenes, fluyó limpia y, en el caso de Berstein, con prosa explicativa aceptable para quien estos temas le hacen encogerse de tedio