
Llega la hora de volver a Madrid y el presidente nota una punzada de melancolía. No solo porque en Lanzarote se está muy bien, recorriendo al atardecer los jardines privados del palacete que el rey Hussein I de Jordania terminó regalando a Don Juan Carlos. No solo porque Madrid es el feudo de Ayuso, la cuna del fascismo, la sede social de la máquina del fango. En resumen: el decorado del musical Malinche. También porque volver a Madrid significa para el presidente cargar de nuevo sobre sus hombros desnudos el peso global de la democracia. No puede prolongar sus vacaciones porque, sencillamente, en su ausencia el sistema democrático en todo Occidente aceleraría su colapso y sobrevendrían las tinieblas de una nueva Edad Media. Así las cosas, Pedro Sánchez ordena al servicio que le haga la maleta. Luego se asoma al jardín y deja que la brisa atlántica acaricie su rostro numismático por última vez.






