
Hay un mérito que la oposición nunca le ha escatimado al sanchismo y es el diestro manejo de la propaganda. A falta de principios que mantener, de ideas para dirigir y de escaños con que legislar, Pedro se fue especializando en la producción febril de relatos que ocuparan el vacío dejado por la gestión. Estos años de vicio ficcional (que en realidad Pedro contrajo de Pablo) han extendido hasta tal punto la cultura del simulacro que a algunos por momentos nos domina la nostalgia de la cachaza marianista. La política ya es solo política de comunicación. Desmoraliza un poco trazar la huella de carbono de este viaje tóxico -«¡Jugada maestra!»- en la retórica de los veteranos más corrompidos y en el jabón de los noveles menos pudorosos.






