
Un designio cruel ha querido enfrentarme al documental sobre la génesis de We are the world y a la final del Benidorm Fest con pocas horas de diferencia. Caprichos del dios salvaje del algoritmo. El himno de 1985 contra la hambruna en Etiopía siempre me ha resultado incomestible, como nuestros tomates a Ségolène Royal. La letra es una redacción escolar -ahí se ve la mano de Michael Jackson– y la melodía cae como una melaza espesa sobre los tímpanos de su víctima hasta colapsarlos por completo. No cabe descartar que We are the world haya provocado más guerras de las que ha evitado. Pero el documental sobre el hito formidable de su grabación -una sola noche agotadora, una constelación de genios mitológicos currando juntos gratis como dóciles becarios- me ha reconciliado con el tema. Ahora lo oigo sereno.






