
En la tristeza facial de Salvador Illa reconocemos la desairada condición del pagafantas. Pero si estos días vemos a don Salvador más triste que de costumbre no es porque le avergüence defender ahora la amnistía que en julio declaraba tan inasumible como el referéndum, sino porque sabe que esa amnistía engorda la factura de las fantas hasta el punto de quiebra de sus expectativas de poder. El candidato que ganó las elecciones en Cataluña no pudo armar su investidura y sueña con llegar a Sant Jaume en la próxima intentona. Pero con Puigdemont regresando triunfal a Barcelona en fechas no lejanas, para delirio de las masas amarillas y reactivación inevitable del procés, la ensoñación presidencial del pobre Illa se esfuma a la misma velocidad que el valor de su palabra, que los votos prestados de Arrimadas y que la farsa del reencuentro que trata de vendernos con su untuosa vocecilla de sacristán de Montserrat.






