
Ahora que el PSOE está a punto de hacer con Puigdemont lo mismo que Rubiales con Jennifer Hermoso -lo de Sánchez será un beso de tornillo en varias lenguas-, una insuperable repugnancia se ha instalado en el cuerpo liberal y conservador del país, que se niega a serlo de países. El personal no encuentra consuelo, y no lo comprendemos, porque le sobran razones para sacudirse de una vez este luto paralizante y narcisista. Basta ya de lamerse la llaga, damas y caballeros del centroderecha: no les educaron para eso. Es hora de levantar la cabeza, empuñar la honda y sonreír a la fealdad del gigante de pies de barro. Primero porque su caída será más dura, empujada por un cúmulo de circunstancias económicas y territoriales suficientemente inventariadas: de las reglas de gasto a las elecciones vascas y catalanas. Y segundo porque eso de la oposición más poderosa de la historia no es frase hecha. Nunca un Gobierno fue menos estable y nunca una oposición acumuló tanto poder municipal, autonómico y parlamentario. Las ocasiones para convertir cada día de la legislatura de Pedro Puigdemont en un infierno delicioso serán innumerables. Falta, claro, que Feijóo se lo crea. Que descubra su propio arsenal. Y que lo despliegue sin miramientos hasta que la prensa sanchista fiche de columnista a Marcial Dorado. Ya tardan.






