
No han transcurrido dos meses de la investidura de Pedro y se confirma que aquello no fue una investidura sino un accidente. El avión presidencial fijó una ruta demasiado peligrosa, no logró atravesar limpiamente la cordillera de la amnistía y se ha partido antes de alcanzar tierra firme. Se declaran ya los primeros episodios de canibalismo parlamentario y el traumatizado pasaje se divide entre pragmáticos y escrupulosos. Puigdemont amenaza con roer el colchón de Moncloa si Bolaños no se come antes las últimas defensas del Estado de derecho. Belarra, que no traga a Yolanda Díaz, anuncia la autonomía culinaria de Podemos. Bildu, con suculentas encuestas en las manos, mira de reojo las papadas del PNV. Y el BNG cuenta con seguir metabolizando restos orgánicos de socialismo gallego en los comicios inminentes. A este drama trepidante por la supervivencia aún le faltan capítulos que nos helarán la sangre. ¿Quién sobrevivirá? ¿Por cuántos meses? ¿Y de qué cuerpos sacarán las proteínas para conseguirlo? Más allá del riñón del contribuyente, quiero decir.













