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Llamadme Loretta

Stan-Loretta, del Frente Popular de Judea.

Stan-Loretta, del Frente Popular de Judea.

–Voy a escribir sobre feminismo.
–Bueno, voy recogiendo tus cosas.

Este es el diálogo normal en Occidente entre un columnista y su editor, a menos que el columnista sea Sostres. Si un columnista al uso decide escribir sobre feminismo, primero llama a sus padres, se despide también de su novia y baja al chino y al contenedor de la obra a aprovisionarse de cerveza y sacos terreros, si bien también podría aprovisionarse de sacos terreros en el chino y de cerveza en la obra.

El feminismo meramente discursivo es tan exitoso que apenas ha dejado sensibilidad sin colonizar. Es posible que el feminismo profesado y la mujer real mezclen como el agua y el aceite, pero eso es lo de menos. Lo que vengo a decir es que afortunadamente pertenezco a la raza de los hombres que sí amaban a las mujeres, pero también a la de los que aborrecen los salvoconductos bobos de la corrección política. Hoy basta con proclamar una condena cómoda de León de la Riva para ganar un debate y la proporción de mujeres que critican los cargos por cuota es mínima o inaudible. Yo pienso que León de la Riva, como el comunista Diego Valderas y su predilección por las tetas gordas, pertenecen a una fase anticuada –y peor– de la vida pública española, y su cuñadismo declarativo es desde luego intolerable. Ambos son votados por un buen número de mujeres que reputan veniales sus exabruptos; otras urnas cantarían si su política derivara del rincón freudiano de su mente, espero. Por otro lado, que levante la mano el o la que puede presentar una inmaculada hoja de servicios antisexistas, e incluyo las despedidas de soltero/a. La hipocresía pública en este asunto es colosalmente proporcional a su delicadeza íntima.

El machismo es una de las primeras taras que desaparecen cuando el macho lee, viaja un poco y liga algo con mujeres interesantes. Supongo que al sexo opuesto le ocurrirá lo mismo; sospecho, asimismo, que los amores homosexuales no están exentos de prejuicios sexistas matizables (¡o empeorables!) por la experiencia. En cualquier caso, yo agradezco al cielo la gracia machadiana de amar cuanto ellas puedan tener de hospitalario. El machista, por los que he conocido, suele ser un tipo que o bien nunca les ha resultado atractivo a las mujeres o bien se lo ha resultado demasiado, tipo tronista de Gandía o prohombre de la política o la empresa. El éxito inmuniza tanto como el fracaso: la idea es tan poco original que está en Kipling.

Subsisten desigualdades salariales que no son correlativas al grado de eficiencia acreditado por la trabajadora, y hay que decirlo. Me asquea el machismo no ya en el crimen, sino en el piropo inelegante a la compañera de trabajo aún por conocer. El respeto es una conquista de la inteligencia y de eso nuestro país nunca fue sobrado, aunque peores son los italianos, a los que durante tanto tiempo ha gobernado don Silvio.

Dicho lo cual –no me cabe una venda más antes de la herida–, quizá la pedagogía feminista está llegando demasiado lejos.

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La teta del Estado

Pues ya sabemos lo que es la teta del Estado, señores. Hasta ahora pensábamos que se trataba de una metáfora para referirse al clientelismo, pero de metáfora nada, oigan: seis tetas rotundas como seis tiernos cántaros de reivindicación quincemista se revelaron y rebelaron ante la sede la soberanía nacional a eso de las diez y veinte minutos de una mañana que discurría por los cauces somnolientos, estrictamente retóricos de costumbre. Tenía la palabra Gallardón, a quien se empeñan en vestir de inquisidor de Zugarramurdi, cuando se produjo el destape en la tribuna de invitados al grito de vestal enfurecida “¡Aborto es sagrado!, ¡aborto es sagrado!”, con ligero acento extranjero.

Al principio los cronistas más jóvenes creímos que por fin cubriríamos el golpe de Estado que nos permitiera languidecer en las tertulias para los restos. Pero no era un golpe de Estado, sino un golpe de pecho, y no de penitencia, sino de turgencia. Los aldabonazos de conciencia se imparten ahora a tetazo limpio, se exhorta a pezón quitao al ministro para que apechugue con las ansias infinitas de aborto de estas nuevas beauvoir con dos únicos pero incontestables argumentos. Flaneaban los pechos pintarrajeados de consigna sobre la testa de los padres de la patria, que bizqueaban mirando hacia arriba en la esperanza de que se cayera alguna de las tres bacantes, dos francesas y una española, activistas de Fenem a cuyo director o directora de casting no podemos sino alabar el gusto. Había una rubia, una morena y una castaña, las tres armoniosamente dotadas, y un buen mamólogo sacaría enseguida la nacionalidad de las dos primeras por la celebrada fisonomía en forma de dulcísima pera por la que se caracteriza la teta gala.

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9 octubre, 2013 · 16:56