
Rousseau fundó la izquierda una calurosa tarde de 1749 en el camino de Vincennes, cuando recibió tal iluminación que el Siglo de las Luces se quedó a oscuras. Cero energético, apagón, plomos fuera. El filósofo se sentó al pie de un árbol, sintiendo cómo un hondo resentimiento de años rompía en lágrimas, y concluyó que el optimismo ilustrado era una ilusión. Un sabio como su amigo Diderot estaba en la cárcel, los pobres seguían siendo pobres, los tiranos hacían y deshacían, la gente moría con dolor y sin culpa. Porque el hombre nace bueno, pero la sociedad lo malea. Y si los defectos de los hombres traen causa de la organización social, entonces cabe producir al hombre sin defectos mediante una drástica reorganización de la sociedad. Cambiando las estructuras perfeccionaremos las conciencias. La ética debe ser sustituida por la política. La aspiración a la salvación personal será relevada por el ideal del progreso social. Pero para erradicar la injusticia del mundo futuro, decide Rousseau, el nuevo orden suprimirá la distancia entre lo público y lo privado, entre lo personal y lo político. Porque el alma es competencia del Estado.













