
Ahora imaginemos que Pedro descubre la coherencia y suspende todos sus pactos con Bildu hasta que ese partido «incompatible con la democracia» según Pilar Alegría complete el famoso recorrido ético que el propio presidente le ha exigido esta semana. Imaginemos que Santos Cerdán recuerda de súbito todas las veces en que la izquierda abertzale llamó «gorrinos» a los socialistas y autoriza una moción de censura en Pamplona para devolver la alcaldía al partido navarro con el que compartió miedo, lágrimas y escoltas, Koldo incluido. Imaginemos que la envidiable capacidad para sacudir conciencias dormidas y decretar estados de alarma mediática que conserva la izquierda española se vuelca todo el año -y no solo en la recta final de una campaña- en la recuperación de la memoria, la dignidad y la justicia para las víctimas de ETA, despertando así la conciencia ética de los alumnos vascos. Imaginemos, en fin, que Antonio Hernando atranca la puerta de su despacho en Moncloa para evitar una entrada sorpresiva de su jefe y repasa el vídeo de aquella intervención suya en el Congreso, octubre de 2016, cuando como portavoz de la abstención socialista en la investidura de Rajoy defendió el honor del 78 ante los ataques de Rufián y de Matute, y mentó la sangre derramada por sus compañeros empezando por la de su vecino de escaño Madina. Qué día aquel en que vimos cabalgar al unicornio español, el día en que aplaudieron juntos puestos en pie los diputados de PP, PSOE, Cs y PNV. Yo estaba allí y lo vi y lo escribí. El que no estaba, claro, era Sánchez, que ya había huido del escenario de la concordia para tomar la senda de Caín.






